Pocos son los hombres que tienen la oportunidad de ser parte de los grandes cambios históricos, siendo no únicamente espectadores, sino una pieza activa, creadora y generadora de ciencia y cultura. Precisamente durante el siglo XIX, la clase social burguesa había ganado bastante poder económico, pero aún le faltaba terminar de internarse en las venas de la política. La ideología burguesa buscaba romper con los privilegios de la monarquía y la nobleza, con el objetivo de conformar un gobierno en donde todos fueran incluidos sin importar la clase social a la que pertenecieran.
Anteriormente los derechos de sangre y divinos eran los que le daban el control a unos cuantos sobre la mayoría del pueblo, posteriormente, en el Siglo de las Luces, los hombres letrados propondrían un gobierno en donde el acceso a la esfera pública y la educación no fueran un derecho exclusivo sino necesario para mejorar la situación de la humanidad. Pero sobre todo apoyarían la idea de una forma de gobierno que no se sirviese de sus gobernados para aumentar su riqueza; en cambio sería el pueblo quién recurriera y se apoyase en las instituciones para sentirse seguro y protegido. El mismo Ignacio Manuel Altamirano, también conocido como el Zarco, menciona la importancia de un gobierno que ampare y resguarde a sus habitantes:
“El mejor gobierno posible sería aquel que por medio de la difusión de las luces y de una vigilancia verdaderamente paternal, hiciese desaparecer los malos instintos de la plebe y mejorase su situación […]” (Covo, 1997: 123)
¿Pero cómo romper con las estructuras mentales que el clero y la nobleza habían cimentado en las cabezas de todos sus vasallos? Fue entonces cuando se pensó en crear una nueva tradición que sustituyera a la preponderante. Eric Hobsbawn menciona que ninguna tradición es realmente antigua, frecuentemente son bastantes recientes en su origen y algunas veces inventadas. “El término “tradición inventada” incluye tanto a las “tradiciones realmente inventadas, construidas y formalmente instituidas, como aquellas que emergen de un modo difícil de investigar durante un periodo breve y mesurable, quizás durante unos pocos años, y se establecen con gran rapidez.”(Hobsbawn, 2002: 9)
En este ensayo pretendo exponer como los hombres de la Reforma de nuestro país tuvieron que crear el concepto de Nación tomando como base la filosofía de su tiempo pero sobre todo creando una nueva tradición que fuese capaz de sostener la ideología liberal. En anhelo por la libertad es un propósito que crece con el surgimiento de la Ilustración y el Romanticismo. Antes de que estallase la revolución francesa en la década que transcurre entre 1770 y 1780, se producía en Alemania un movimiento conocido con el nombre de Sturm und Drang, que significa: tempestad y asalto o, mejor aún, tempestad e ímpetu. Se le dio este nombre debido a la obra de teatro escrita en 1776 por Friedrich Maximilian Klinger; en donde una de las características relevantes era el sentimiento patriótico expresado mediante el odio al tirano y la exaltación de la libertad. (Reale, 2002: 29) Es necesario resaltar la filosofía idealista del alemán, Johann Gottlieb Fitche, pues el mencionaba como a medida que el hombre se multiplica, se daba cuenta que no estaba solo, sino que formaba parte de una comunidad, es decir, es un ser libre que convive con otros seres libres, por lo mismo debía limitar su propia libertad de modo que cada uno de sus integrantes pudiese ejercer igualmente los derechos que propiamente les correspondía. (Reale, 2002: 75) Pero este pensamiento es más antiguo aún, pues con anterioridad se consideraba la idea de un contrato social que pudiese resguardar a los ciudadanos de una nación.
Lamentablemente México se hallaba estancado por la ignorancia en la que vivían sus habitantes. La colonia les había hecho creer a los gobernados que la libertad era para unos cuantos así como el derecho; valía más ser español o contar con el apoyo de la Corona que ser nativo. Por lo tanto primero era necesario formar mexicanos y construirles un país por el cual luchar para después conseguir avanzar hacía un mejor futuro:
“La libertad es para los reformistas, no solo un fin en sí, sino también el medio de alcanzar la prosperidad; observando la riqueza de los países libres, como los Estados Unidos o Inglaterra, y la miseria de los que viven bajo un régimen despótico, consideran que la edificación de una gran nación es imposible si el individuo no disfruta de las libertades esenciales, y que su desarrollo carecería de sentido sin estas mismas libertades.”
(Covo, 1997: 103)
En cuanto al espíritu del pueblo y la conciencia nacional, esa fue tarea que muchos escritores cargaron a cuestas; entre ellos Guillermo Prieto. El mismo demostraba su confianza en el proyecto liberal en una de las cartas que le escribió a Santiago de Vidaurri, un político mexicano que era oficial de la frontera con los Estados Unidos:
“Me honro con pertenecer al partido puro, es decir a la democracia… (nos proponemos) cortar de raíz la funesta supremacía de las clases, destruir donde se encuentre el elemento colonial que malea con su presencia cuanto toca, gobernar poco y dar libertad al comercio, al pensamiento y al trabajo, he ahí los resultados que espera la nación de este movimiento […] hablando con franqueza llevamos hasta el fanatismo el amor a la nacionalidad y más bien querríamos una lucha eterna que una tutoría degradante…”
(Águila, 1997: 18)
No nos parezca exagerado el liberalismo de Prieto ya él vivió esos treinta años posteriores a la Independencia en los cuales se practicó de manera desmesurada el caudillismo y el desfalco a la nación. Santa Anna de héroe se transformó en tirano; en un hombre capaz de vender más de la mitad del territorio al país del norte con tal de salvar su vida. Fue hasta agosto de 1855 cuando la Revolución de Ayutla dio fin a su dictadura, propiciando su huida. Consecuentemente, los liberales aprovecharon la oportunidad para poner en práctica sus ideas por medio de un gobierno provisional que sentara las bases que permitirían darle a México instituciones democráticas. (Covo, 1983: 229)
Tengamos en cuenta que las revoluciones no se limitan al uso de las armas para conseguir un fin; la importancia de éstas radica también en la implantación de nuevos símbolos, filosofías y valores; es decir en la sustitución de estos tres elementos anteriores por unos nuevos. Octavio Paz decía que toda revolución aspira a fundar un orden nuevo en principios ciertos e imperturbables que ocupan el sitio de las divinidades desplazadas. Debido a esto, toda revolución es al mismo tiempo una profanación y una consagración. El movimiento revolucionario es una profanación porque derriba las viejas imágenes; más esta degradación se acompaña siempre por una consagración de lo que antes se consideraba profano, significando que la revolución consagra el sacrilegio. (Paz, 2008: 220)
Anteriormente los derechos de sangre y divinos eran los que le daban el control a unos cuantos sobre la mayoría del pueblo, posteriormente, en el Siglo de las Luces, los hombres letrados propondrían un gobierno en donde el acceso a la esfera pública y la educación no fueran un derecho exclusivo sino necesario para mejorar la situación de la humanidad. Pero sobre todo apoyarían la idea de una forma de gobierno que no se sirviese de sus gobernados para aumentar su riqueza; en cambio sería el pueblo quién recurriera y se apoyase en las instituciones para sentirse seguro y protegido. El mismo Ignacio Manuel Altamirano, también conocido como el Zarco, menciona la importancia de un gobierno que ampare y resguarde a sus habitantes:
“El mejor gobierno posible sería aquel que por medio de la difusión de las luces y de una vigilancia verdaderamente paternal, hiciese desaparecer los malos instintos de la plebe y mejorase su situación […]” (Covo, 1997: 123)
¿Pero cómo romper con las estructuras mentales que el clero y la nobleza habían cimentado en las cabezas de todos sus vasallos? Fue entonces cuando se pensó en crear una nueva tradición que sustituyera a la preponderante. Eric Hobsbawn menciona que ninguna tradición es realmente antigua, frecuentemente son bastantes recientes en su origen y algunas veces inventadas. “El término “tradición inventada” incluye tanto a las “tradiciones realmente inventadas, construidas y formalmente instituidas, como aquellas que emergen de un modo difícil de investigar durante un periodo breve y mesurable, quizás durante unos pocos años, y se establecen con gran rapidez.”(Hobsbawn, 2002: 9)
En este ensayo pretendo exponer como los hombres de la Reforma de nuestro país tuvieron que crear el concepto de Nación tomando como base la filosofía de su tiempo pero sobre todo creando una nueva tradición que fuese capaz de sostener la ideología liberal. En anhelo por la libertad es un propósito que crece con el surgimiento de la Ilustración y el Romanticismo. Antes de que estallase la revolución francesa en la década que transcurre entre 1770 y 1780, se producía en Alemania un movimiento conocido con el nombre de Sturm und Drang, que significa: tempestad y asalto o, mejor aún, tempestad e ímpetu. Se le dio este nombre debido a la obra de teatro escrita en 1776 por Friedrich Maximilian Klinger; en donde una de las características relevantes era el sentimiento patriótico expresado mediante el odio al tirano y la exaltación de la libertad. (Reale, 2002: 29) Es necesario resaltar la filosofía idealista del alemán, Johann Gottlieb Fitche, pues el mencionaba como a medida que el hombre se multiplica, se daba cuenta que no estaba solo, sino que formaba parte de una comunidad, es decir, es un ser libre que convive con otros seres libres, por lo mismo debía limitar su propia libertad de modo que cada uno de sus integrantes pudiese ejercer igualmente los derechos que propiamente les correspondía. (Reale, 2002: 75) Pero este pensamiento es más antiguo aún, pues con anterioridad se consideraba la idea de un contrato social que pudiese resguardar a los ciudadanos de una nación.
Lamentablemente México se hallaba estancado por la ignorancia en la que vivían sus habitantes. La colonia les había hecho creer a los gobernados que la libertad era para unos cuantos así como el derecho; valía más ser español o contar con el apoyo de la Corona que ser nativo. Por lo tanto primero era necesario formar mexicanos y construirles un país por el cual luchar para después conseguir avanzar hacía un mejor futuro:
“La libertad es para los reformistas, no solo un fin en sí, sino también el medio de alcanzar la prosperidad; observando la riqueza de los países libres, como los Estados Unidos o Inglaterra, y la miseria de los que viven bajo un régimen despótico, consideran que la edificación de una gran nación es imposible si el individuo no disfruta de las libertades esenciales, y que su desarrollo carecería de sentido sin estas mismas libertades.”
(Covo, 1997: 103)
En cuanto al espíritu del pueblo y la conciencia nacional, esa fue tarea que muchos escritores cargaron a cuestas; entre ellos Guillermo Prieto. El mismo demostraba su confianza en el proyecto liberal en una de las cartas que le escribió a Santiago de Vidaurri, un político mexicano que era oficial de la frontera con los Estados Unidos:
“Me honro con pertenecer al partido puro, es decir a la democracia… (nos proponemos) cortar de raíz la funesta supremacía de las clases, destruir donde se encuentre el elemento colonial que malea con su presencia cuanto toca, gobernar poco y dar libertad al comercio, al pensamiento y al trabajo, he ahí los resultados que espera la nación de este movimiento […] hablando con franqueza llevamos hasta el fanatismo el amor a la nacionalidad y más bien querríamos una lucha eterna que una tutoría degradante…”
(Águila, 1997: 18)
No nos parezca exagerado el liberalismo de Prieto ya él vivió esos treinta años posteriores a la Independencia en los cuales se practicó de manera desmesurada el caudillismo y el desfalco a la nación. Santa Anna de héroe se transformó en tirano; en un hombre capaz de vender más de la mitad del territorio al país del norte con tal de salvar su vida. Fue hasta agosto de 1855 cuando la Revolución de Ayutla dio fin a su dictadura, propiciando su huida. Consecuentemente, los liberales aprovecharon la oportunidad para poner en práctica sus ideas por medio de un gobierno provisional que sentara las bases que permitirían darle a México instituciones democráticas. (Covo, 1983: 229)
Tengamos en cuenta que las revoluciones no se limitan al uso de las armas para conseguir un fin; la importancia de éstas radica también en la implantación de nuevos símbolos, filosofías y valores; es decir en la sustitución de estos tres elementos anteriores por unos nuevos. Octavio Paz decía que toda revolución aspira a fundar un orden nuevo en principios ciertos e imperturbables que ocupan el sitio de las divinidades desplazadas. Debido a esto, toda revolución es al mismo tiempo una profanación y una consagración. El movimiento revolucionario es una profanación porque derriba las viejas imágenes; más esta degradación se acompaña siempre por una consagración de lo que antes se consideraba profano, significando que la revolución consagra el sacrilegio. (Paz, 2008: 220)
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