Siendo más teórica y regresando a la idea de Hobsbawn acerca de las tradiciones inventadas; la revolución trae consigo la instauración de una nueva tradición o lo que es lo mismo: una tradición inventada. Esta tradición implica un grupo de prácticas habitualmente gobernadas por reglas reconocidas abierta o tácitamente y de naturaleza simbólica o ritual, que buscan valores o normas de comportamiento por medio de su repetición, lo que implica inconscientemente una continuidad con el pasado. Además, las tradiciones inventadas están diseñadas para facilitar inmediatamente operaciones prácticas definibles y se modifican o abandonan rápidamente para enfrentarse a situaciones y necesidades prácticas cambiantes. (Hobsbawn, 2002: 8 – 9)
Las tradiciones inventadas se pueden dividir en tres formas intercaladas entre si; la primera es la que establece o simboliza cohesión social o pertenencia al grupo, la segunda establece o legitima instituciones, estatus o relaciones de autoridad; y la tercera y última forma, tiene como principal objetivo la socialización, el inculcar creencias, sistemas de valores o convenciones realizadas con el comportamiento. (Hobsbawn, 2002: 16)
Una de estas nociones es la creación de una lengua común. Durante la Reforma, los liberales se dieron cuenta de la gran diversidad con la que contaba el país, sobre todo teniendo en cuenta que la población indígena seguía usando sus propios lenguajes. También, los grupos rurales contaban con variantes en la lengua, es decir dialectos muy diferentes a la masa urbana, así como tampoco coincidían con los intelectuales.
Las lenguas nacionales son casi siempre conceptos semiartificiales, virtualmente inventadas. Suelen ser intentos de inventar un idioma estandarizado partiendo de una multiplicidad de idiomas que realmente se hablan. (Hobsbawm, 2004: 62) Que esté hecho se logre y coincida con la verdad empírica de la nación, eso no es posible en la mayoría de los casos. Sin embargo, si el dialecto que forma la base de una lengua nacional se habla verdaderamente; no importa que quienes lo hablen sean una minoría, siempre y cuando sea una minoría con suficiente peso político. (Hobsbawm, 2004: 69) Escritores como Guillermo Prieto, se dedicaron a inculcar una lengua común, ya que su obra no solamente estaba pensada para el pueblo, sino también era su temática fundamental. Si los liberales querían hacer llegar la cultura a la masa, era necesario convertirla en algo homogéneo y no multiforme (no porque la diversidad fuese algo negativo, sin embargo durante ese tiempo era necesario primero definir al mexicano para luego conformar sus diferencias). El mismo Zarco, en un discurso pronunciado el día primero de junio de 1851, resalta el objetivo de la literatura como algo que va más allá de las palabras bonitas o la belleza:
“No puedo concebir, señores, la existencia, no digo de un gran pueblo, ni de una gran tribu que comience a gozar de civilización, sin una literatura, naciente o vigorosa, perfecta o imperfecta, oral o escrita, porque la literatura no es más que la expresión del pensamiento” (Covo, 1983: 310)
Así es, tal como lo dice Zarco, la literatura es la expresión del pensamiento, pero no únicamente de una persona, sino de una sociedad. La literatura nacional se da precisamente cuando se busca una lengua común, porque no se obtiene de un modo natural, sino que se construye. Consecuentemente, esto lleva a otros mecanismos como fueron la invención de la imprenta, así como los grandes correctores y normalizadores del lenguaje que aparecen en la historia literaria de toda lengua de cultura y posteriores a la aparición del libro impreso. (Hobsbawm, 2004: 70) En consecuencia, se creo en México La Academia de Letrán, la cual tenía como función fomentar el interés por el estudio de la literatura nacional, pero mayormente se centraba en incrementar los valores nacionales por medio de sus textos, el mismo Guillermo Prieto menciona este hecho en Memorias de mis tiempos:
“[…] para mí, lo más grande y trascendental de la Academia, fue su tendencia decidida a mexicanizar la literatura, emancipándola de toda otra y dándole carácter peculiar.
Los folletos políticos y los poemas patrióticos dieron el primer impulso a aquella tendencia que aparecía como intermitente desahogo de la manera de ser.” (Prieto, 1996: 96)
Así pues, Prieto como miembro de la Academia y cumpliendo con los estatutos, se dedicó a crear personajes con los que el pueblo pudiese identificarse de alguna forma. Personajes que hablaran un lenguaje popular y tocaran temas que estuvieran al alcance de todos, intentando de este modo reproducir la vida cotidiana del mexicano:
“Ojo negro, frente china,
morena, breve nariz,
salpicada de lunares
como en mole ajonjolí, […]”
(Prieto, 1971: 68)
Las tradiciones inventadas se pueden dividir en tres formas intercaladas entre si; la primera es la que establece o simboliza cohesión social o pertenencia al grupo, la segunda establece o legitima instituciones, estatus o relaciones de autoridad; y la tercera y última forma, tiene como principal objetivo la socialización, el inculcar creencias, sistemas de valores o convenciones realizadas con el comportamiento. (Hobsbawn, 2002: 16)
Una de estas nociones es la creación de una lengua común. Durante la Reforma, los liberales se dieron cuenta de la gran diversidad con la que contaba el país, sobre todo teniendo en cuenta que la población indígena seguía usando sus propios lenguajes. También, los grupos rurales contaban con variantes en la lengua, es decir dialectos muy diferentes a la masa urbana, así como tampoco coincidían con los intelectuales.
Las lenguas nacionales son casi siempre conceptos semiartificiales, virtualmente inventadas. Suelen ser intentos de inventar un idioma estandarizado partiendo de una multiplicidad de idiomas que realmente se hablan. (Hobsbawm, 2004: 62) Que esté hecho se logre y coincida con la verdad empírica de la nación, eso no es posible en la mayoría de los casos. Sin embargo, si el dialecto que forma la base de una lengua nacional se habla verdaderamente; no importa que quienes lo hablen sean una minoría, siempre y cuando sea una minoría con suficiente peso político. (Hobsbawm, 2004: 69) Escritores como Guillermo Prieto, se dedicaron a inculcar una lengua común, ya que su obra no solamente estaba pensada para el pueblo, sino también era su temática fundamental. Si los liberales querían hacer llegar la cultura a la masa, era necesario convertirla en algo homogéneo y no multiforme (no porque la diversidad fuese algo negativo, sin embargo durante ese tiempo era necesario primero definir al mexicano para luego conformar sus diferencias). El mismo Zarco, en un discurso pronunciado el día primero de junio de 1851, resalta el objetivo de la literatura como algo que va más allá de las palabras bonitas o la belleza:
“No puedo concebir, señores, la existencia, no digo de un gran pueblo, ni de una gran tribu que comience a gozar de civilización, sin una literatura, naciente o vigorosa, perfecta o imperfecta, oral o escrita, porque la literatura no es más que la expresión del pensamiento” (Covo, 1983: 310)
Así es, tal como lo dice Zarco, la literatura es la expresión del pensamiento, pero no únicamente de una persona, sino de una sociedad. La literatura nacional se da precisamente cuando se busca una lengua común, porque no se obtiene de un modo natural, sino que se construye. Consecuentemente, esto lleva a otros mecanismos como fueron la invención de la imprenta, así como los grandes correctores y normalizadores del lenguaje que aparecen en la historia literaria de toda lengua de cultura y posteriores a la aparición del libro impreso. (Hobsbawm, 2004: 70) En consecuencia, se creo en México La Academia de Letrán, la cual tenía como función fomentar el interés por el estudio de la literatura nacional, pero mayormente se centraba en incrementar los valores nacionales por medio de sus textos, el mismo Guillermo Prieto menciona este hecho en Memorias de mis tiempos:
“[…] para mí, lo más grande y trascendental de la Academia, fue su tendencia decidida a mexicanizar la literatura, emancipándola de toda otra y dándole carácter peculiar.
Los folletos políticos y los poemas patrióticos dieron el primer impulso a aquella tendencia que aparecía como intermitente desahogo de la manera de ser.” (Prieto, 1996: 96)
Así pues, Prieto como miembro de la Academia y cumpliendo con los estatutos, se dedicó a crear personajes con los que el pueblo pudiese identificarse de alguna forma. Personajes que hablaran un lenguaje popular y tocaran temas que estuvieran al alcance de todos, intentando de este modo reproducir la vida cotidiana del mexicano:
“Ojo negro, frente china,
morena, breve nariz,
salpicada de lunares
como en mole ajonjolí, […]”
(Prieto, 1971: 68)
En estos cuatro versos de Glorias de Barrio, podemos observar como el autor busca describir la belleza de la china poblana, así como sus rasgos físicos, por medio de la comida. Y no cualquier alimento, pues casualmente se trata del mole, un platillo que es fundamental en la gastronomía del mexicano.
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